Con una formación pertinente a la demanda del sector productivo, altamente especializada y práctica. Con mayores posibilidades de acceso al mercado laboral, flexibilidad institucional y normativa para adaptarse a los cambios.
En un mundo falto de identidades, en el que incluso las creencias van perdiendo credibilidad, no está de más aferrarnos a la razón a través de la ciencia para “pretender hacer espumar esencias del universo”, como dijo Ortega y Gasset. Y es que si el mundo es en sí un sistema, deberíamos aspirar a que el conocimiento que tengamos sobre él sea sistemático: estructurado y metódico.
Entre más avanzan los tiempos, más nos damos cuenta de lo mucho que nos falta por descubrir: no solo el futuro, también el presente y el pasado. Pero si no le damos a la ciencia el lugar que se merece, o que necesitamos darle, seguiremos condenados al estanco. Ya vamos en la Cuarta Revolución Industrial y muchas de nuestras regiones no han disfrutado de la tercera e, incluso, a algunos rincones de Colombia no ha llegado ni siquiera la segunda.
Es con ciencia que debemos afrontar nuestro futuro y sus retos. Necesitamos conciencia y para ello necesitamos cultura. Entender que la ciencia no es un asunto lejano y que tampoco se trata del simple descubrimiento de nuevas tecnologías. Es también la aplicación del conocimiento generado para comprender la realidad y poder transformar.
Cuando hablamos de ciencia no es solo de viajes al espacio; también –o por lo menos deberíamos hacerlo– de poder construir empresas y generar empleo, de productividad y de conocimiento verificable que crea valor agregado a las industrias. Hablamos de mejorar la calidad de vida de las personas, de resolver problemas ciudadanos y de buscar el desarrollo sostenible.
El reto: educar para la ciencia, y no solo centrarnos en aumentar el porcentaje de inversión en I+D con respecto al PIB. Entender qué es la ciencia para el hombre y no el hombre para la ciencia. Necesitamos formación pertinente a la demanda del sector productivo, altamente especializada y práctica, mayores posibilidades de acceso al mercado laboral en corto tiempo, flexibilidad institucional y normativa para adaptarnos a los cambios, así como invertir en el desarrollo de mayores capacidades investigativas para generar más conocimiento y no solo recibirlo o aplicarlo. Y antes que cualquier otra revolución, deberíamos apostarle a la revolución del talento como motor del desarrollo.
Es con ciencia y haciendo ciencia que Colombia podría adoptar una nueva “forma de pensar”, convenciéndose de que tiene todo para volverse su propio laboratorio: elementos, capacidades, mentes brillantes, ubicación privilegiada, retos y hasta adversidades, que finalmente son las que forjan el talante de las naciones. Ese es el caso de Israel, que para el año 2019, y según Bloomberg, ocupó el quinto lugar entre los países más innovadores del mundo.
*Abogado y docente
No hay comentarios:
Publicar un comentario